viernes, 14 de febrero de 2014

NICETO BLÁZQUEZ, O.P.


RECUERDA QUE ERES POLVO


MEMENTO HOMINE QUIA PULVIS ES

Creo haber leído en alguna parte que los hombres lo primero que les interesa  de las mujeres es la cama, luego su belleza física y finalmente su dinero. Las mujeres, en cambio, lo primero que buscan en los hombres  es su dinero y prestigio social, luego su belleza física y lo último la cama. Como todos los aforismos y dichos populares, este que termino de recordar tiene fundamento en la realidad pero entendido literalmente como suena, en sentido universal, es falso. Afortunadamente no faltan hombres y mujeres que se buscan y encuentran siguiendo otro orden de valores. En cualquier caso, el factor belleza física de las mujeres como elemento universal de culto y atracción es obvio y ello es causa de mucho desencanto y frustración ante la realidad cruda de la vida. Resulta difícil separar la vida de una mujer del culto a la belleza de su cuerpo. La belleza física de las mujeres vuelve locos a los hombres y mata de envidia a las mujeres. La literatura universal, las artes gráficas y los medios de comunicación social modernos audiovisuales más sofisticados son una prueba irrefutable de este hecho.

Para ayudar a reflexionar con sensatez  sobre esta realidad me parece oportuno recordar aquí dos frases lapidarias, originalmente escritas en latín. La primera se enuncia así. ASÍ PASA LA GLORIA DEL MUNDO: “Sic transit gloria mundi”.  El origen de esta expresión se encuentra, sin lugar a duda, en la famosa sentencia del místico Tomás de Kempis (1380 - 1471) en cuya célebre obra conocida como la Imitación de Cristo  1, 3, 6 aparece la frase: O quam cito transit gloria mundi; o sea, Oh, qué rápido pasa la gloria del mundo. Esta es una sentencia sapiencial que viene como anillo al dedo para destacar el carácter transitorio y efímero de los triunfos humanos. En tiempos lejanos, cuando existía la ceremonia de coronación del nuevo Papa, en un momento dado del acto ritual se acercaba un monje con unas ramas de lino ardiendo y cuando se habían consumido decía en latín al nuevo Papa: Sancte Pater, sic transit gloria mundi (Santo Padre, así pasa la gloria del mundo). Era una forma de recordarle que la vida es breve y que no se hiciera ilusiones al ser encumbrado a tan alta dignidad ya que la tumba nos iguala a todos. Esta frase lapidaria puede leerse también en las tumbas de algunos personajes famosos del pasado.

La segunda frase lapidaria a la que he aludido antes es esta: “Memento homine quia pulvis es et in pulverem reverteris”. O lo que es igual: “Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás”. Esta frase es popularmente conocida porque pertenece al rito litúrgico de comienzo de  la Cuaresma el Miércoles de Ceniza. Desde el Concilio Vaticano II en lugar de esta sentencia ritual se utiliza esta otra: “Convertíos y creed en el evangelio”. En cualquier caso el rito litúrgico popular de imposición de la ceniza tiene el mismo significado de recordarnos que los signos de gloria y los éxitos de este mundo son como las flores del almendro o del heno que apenas aparecen y desaparecen como hojas que lleva el viento y, si te he visto, no me acuerdo. Así son las glorias de este mundo. La reflexión sobre nuestra fecha de caducidad, con la que todos somos engendrados, es principio de sabiduría y realismo. Conviene reflexionar sobre nuestra condición humana efímera y caduca mientras nos encontramos en plenitud de facultades y no dejarlo para cuando sea demasiado tarde. Para que no queden dudas sobre lo caduco y efímero de las glorias humanas invito al lector a que contemple y admire en qué terminó la belleza y esplendor de algunas mujeres que en su día fueron tratadas como “divinidades estéticas” en este mundo. Obviamente, lo que decimos sobre la caducidad estética y del esplendor de las mujeres se aplica igualmente a las glorias y vanidades de los hombres.

         Si comparamos fotos juveniles de personajes famosos por su belleza con fotos de su edad madura y ancianidad pronto nos damos cuenta de la grandeza de la naturaleza humana y al mismo tiempo de sus contundentes limitaciones. Más que de polvo, el cuerpo humano está hecho de agua y pocas cosas más. La belleza física juvenil es como la flor del almendro que emerge de forma deslumbrante pero muy pronto se marchita.  Igualmente las cualidades intelectuales y el prestigio social se desvanecen como copos de nieve cuando sale el sol. Por una parte nuestra identidad personal permanece inmutable pero nuestra personalidad cambia hasta extremos sorprendentes. Todos somos iguales como personas pero por razón de nuestra personalidad todos somos diferentes. Nadie es más persona que otra pero todos somos más o menos cualificados por razón de nuestra personalidad cambiante, lo mismo para el bien que para el mal. La reflexión sobre la brevedad y caducidad de esta vida terrenal es fuente inagotable de esa sabiduría y cordura que nos ayuda a afrontar los problemas de la vida y de la muerte con dignidad. NICETO BLÁZQUEZ, O.P.